Comercio, empresa y familia: Una historia basada en hechos reales

El empresario, propietario de una cadena de comercios, veía que ya era hora de empezar a pensar en profesionalizar su negocio. Había asistido a charlas y cursos y ya había entendido que las cosas tenían que avanzar por ese camino. Era el año 2010. Parecía que la crisis en su sector no era tan severa como en el sector industrial. Se equivocaba.

En los años posteriores, la crisis fue llegando al retail; el miedo hizo acto de presencia, el consumo se resintió, cualquier iniciativa de ampliación del negocio chocaba con las limitaciones del crédito y todo ello ponía a muchos negocios contra las cuerdas. Todos sus colegas y competidores hacían lo mismo; las grandes estrategias, los planes de expansión, los proyectos de profesionalización, los planes de sucesión, las inversiones demasiado ambiciosas, todo se quedaba en la cola. No era el momento de pensar en el futuro, sino de sobrevivir; había que priorizar lo urgente ante lo importante.

Lo hacían todas las empresas, las más grandes y las más pequeñas, las sociedades anónimas y las empresas familiares. En estas últimas las relaciones entre los miembros de la familia se tensaban. No era sólo la presión de tener que hacer recortes en todos los ámbitos, también en la plantilla, sino la responsabilidad de tener el patrimonio familiar en sus manos; el futuro de sus familiares y, sobre todo de los hijos y de sus familias, unido al negocio, dependía de la supervivencia de la empresa. Las circunstancias no eran las mejores.

En 2016, aunque sin llegar a los niveles que pregonaban los políticos en la campaña electoral de finales del año pasado, una ligera recuperación del consumo y de la actividad económica en general parece evidente. Nuestro empresario vuelve a respirar aliviado; es consciente de que está a punto de superar otra crisis y esta ha sido fuerte y larga, de las que aparecen de manera periódica. Otra historia que contar…

Nuestro empresario ya vuelve a tener tiempo –¡y ganas!– de analizar los números y de mirar un poco hacia adelante. Empieza a recuperar aquellos proyectos que habían quedado en carpetas cerradas debajo de un montón de papeles. Contempla el proyecto que tenía de abrir nuevas tiendas, el de la inversión que tenía para remodelar la más antigua, el de la idea que aparcó para diversificar el producto; también comprueba qué preparación –teórica y práctica– tienen sus hijos para, cuando llegue el día, poderle sustituir con plenas garantías, así como las competencias de sus empleados, sobre todo de aquellos que tienen cierta responsabilidad y que han ido aguantando con sacrificios la larga travesía de la crisis.

Cuando ve la fotografía familiar que tiene encima de la mesa del despacho también se da cuenta de que todos se han hecho mayores y de que las relaciones familiares, tras unos años de estrés constante, habían quedado en segundo término. El negocio había sido el único tema de conversación. Se habían mezclado demasiado las cosas; se preguntaba dónde empezaba y terminaba el negocio y donde lo hacía la familia.

Un amigo suyo, que era mayor, tenía otro problema, que él todavía tenía lejos. La crisis había frenado sus ansias de jubilarse; el capitán tenía que permanecer junto al timón cuando se desataba la tormenta. Pero los años han pasado, él se ha hecho mayor y alguno de sus hijos ha empezado a perder la paciencia; le pide más poder de decisión y, incluso, reclama un adelanto de su parte de la propiedad. Palabras mayores…

Aquel día, después de las fiestas, mientras cenaban con sus parejas, nuestro empresario y su amigo, a pesar del anuncio de una crisis en vías de superación, no demostraban un exceso de optimismo. Era como si aquellos viejos problemas, que habían quedado aparcados, se hubiesen presentado de nuevo.

Pudieron comprobar que su forma de abordar las urgencias para sobrevivir les había permitido continuar presentes en el mercado, lo que no podían decir otros muchos empresarios.

Aun así, también les parecía evidente que el tiempo no había solucionado ninguno de los problemas que, a pesar de la importancia que tenían, habían dejado pendientes. Más bien al contrario, algunos habían vuelto con más virulencia y, entonces, ya se habían vuelto urgentes. Antes de haberse recuperado totalmente de la crisis, ya tenían más trabajo.

El negocio nunca se para, porque el mercado es dinámico; las familias, tampoco. Como ya estaba asegurada la supervivencia en el presente hasta donde podían contemplar, tenían que mirar decididamente hacia adelante. Había llegado la hora de las cuestiones importantes para el futuro: estrategia, crecimiento, inversiones, competitividad, rentabilidad, sucesión, distribución de la propiedad, entre otras cosas, y todo con armonía familiar.

En definitiva, una verdadera profesionalización. Todo un reto para el 2016.

Publicidad